Por Anna Kramer
Antes de conocer por primera vez a Virginia Ñuñoca ya sabía cómo era. En 2012, un equipo de Oxfam fue a la pequeña aldea del altiplano peruano donde vive y la entrevistó junto con un reportero de El Comercio, uno de los periódicos más importantes del país. El Comercio publicó su fotografía en una exposición en el marco de la Bienal de Fotografía de Lima. La presencia Virginia en una galería de arte limeña representaba la voluntad de unir lo que la periodista Marie Arana llama ‘los dos Perús‘: el de la próspera y bulliciosa capital y el de las regiones más pobres y remotas en el campo.
Cuando en octubre pasado finalmente conocí a Virginia, me di cuenta inmediatamente de por qué esta mujer tan amable, enérgica y carismática había inspirado a tantas otras. Tres años después de haber participado en un proyecto para que las familias campesinas del altiplano peruano puedan adaptarse al cambio climático, había ampliado su sistema de riego, triplicado el área para pastoreo y tenía vacas lecheras que utilizaba para hacer queso. ‘Puedo vender la leche y el queso… y hacer yogur para alimentar a mis hijos. La leche es sagrada. Es una bendición‘, dice.
Pero la lucha de Virginia no acaba aquí. ‘No quiero ser la única que disfrute de este depósito de agua‘, añade. ‘Quiero que todos mis vecinos y vecinas tengan leche, y puedan vivir y prosperar‘.
Las mujeres y el cambio climático
Virginia ha experimentado de primera mano la mayor amenaza en la lucha contra el hambre: el cambio climático. Por todo el mundo, la meteorología impredecible y las estaciones erráticas están sembrando el caos para las familias agricultoras. Y el altiplano peruano no es una excepción: ‘Noto que el clima está cambiando mucho. Antes no era así. Ahora, algunas veces la hierba se seca mucho por el frío y la escarcha. La gente suele ser muy pesimista por la falta de agua que tenemos, pero si trabajas duro, puedes salir adelante‘.
Las mujeres indígenas rurales se encuentran entre los grupos más marginados de Perú. Son las que tienen menos oportunidades para acceder a la educación o ganarse la vida dignamente. Dado que con frecuencia son las que cuidan de sus familias y de la tierra, su participación en el proyecto de adaptación al cambio climático organizado por Oxfam es esencial.
En este proyecto, se organizan talleres de liderazgo, autoestima e igualdad de género. Talleres que para Virginia, que hoy tiene 54 años, fueron esenciales para que perdiera el miedo a los hombres y se sintiera capaz de hacer cosas por su cuenta. ‘A veces voy a otras comunidades, y cuando llego allí comparto lo que he aprendido. Hay algunos que escuchan y luego me dicen: lo que dijiste me ayudó‘.
Su tranquila convicción me recordó a mi madre, que nos enseñó a mi hermana y a mí a a crecer y sentirnos feministas. Le pregunté a Virginia cómo había transmitido estos valores a sus cuatro hijas y dos hijos.
‘Les digo que pueden hacer el mismo trabajo, que tienen los mismos derechos en casa, como profesionales, con su país. No debería haber machismo. Todos debemos ser respetados como iguales en derechos.’
Virginia ha sido recientemente elegida representante de tres comunidades para un proyecto ganadero, donde puede aportar su experiencia y liderazgo en la cría de vacas lecheras. También le han propuesto ser líder de su comunidad, pero según cuenta mientras ríe: ‘No tengo tiempo, me gustaría… puede que algún día‘.
Cortesía de Oxfam America