Dado que está de moda hablar del cambio climático y que hoy en día casi todos son expertos en el tema, no puedo quedarme atrás. Por eso, debo parecer un experto. Y como a casi todo le echamos la culpa al calentamiento global, debo hacer algo al respecto; bueno, en este caso, debo escribir algo al respecto. Entretanto, no es que no quiera hacer nada para evitar las amenazas que significa que el planeta se esté calentando cada día más; pero así el Perú reduzca casi a cero la cantidad de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que emite a la atmosfera, ¡no pasa nada!, seguiremos jodidos. Solo nos queda (por ahora) adaptarnos y mitigar la pesadilla que se nos viene. Insisto, eso no significa que no debamos hacer algo. En ese entendido, ese algo es, entre otros, enterarnos y entender mejor este menudo problema y algunas de sus aristas.

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Por Enrique Angulo Pratolongo.- En diciembre de este año tendremos en Lima la “tan esperada” Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, es decir, la ya (para algunos cuantos) conocida COP 20. Del 01 al 12 de diciembre de 2014, el Perú —y específicamente, Lima, como suele suceder para bien o para mal— estará en la mira de casi todo el planeta. Y es que esta reunión convocará a más de 20 mil delegados de 190 países. Así, los representantes mundiales que algo tienen que ver con el medio ambiente en sus respectivos países se sentarán a negociar las medidas que “debemos” tomar como planeta para reducir la emisión de GEI y con ello paliar los efectos del cambio climático, producto del calentamiento del planeta.

Para tal fin, presidentes, ministros, empresarios, científicos y expertos ambientales se agarrarán de las mechas (¡eso espero!) en el intento de ponerse de acuerdo sobre qué debemos hacer para asegurarnos un destino más digno, así como para postergar nuestra inevitable extinción y la cada vez más cercana y necesaria fuga hacia Marte. La cosa se ve difícil sabiendo que existen países en vías de desarrollo, como China, India y Brasil, que no ven con buenos ojos que se les pida reducir sus GEI porque ellos “están creciendo” y tienen el derecho de hacerlo para llegar a ser países del “Primer Mundo” como justamente lo son algunos de los países que reclaman (y que a su vez no asumen muchos compromisos). Estos últimos tienen el poder de decisión y podrían cambiar las cosas si quisieran, pero parece que no quieren.

En este “tira y jala”, el Perú cumple un rol protagónico este año. Además de mostrarse al mundo como un supuesto recinto de oportunidades que anhela dar algunos pasos firmes para convertirse en un país de vanguardia en lo referido al accionar medioambiental, es el encargado de dirigir las negociaciones y de buscar que se tome decisiones concretas y reales que puedan ir preparando el terreno para seguir construyendo en el planeta, las bases necesarias para un cambio global en lo relacionado al consumo de energía, en especial aquella proveniente de los combustibles fósiles. ¡Tremendo encargo!

Pero el fin de estas líneas no es discutir sobre la COP 20 y sobre los efectos del cambio climático en el Perú y en el mundo. Para eso, hay centenares de artículos rondando por ahí. No obstante, me da la impresión que esta importante reunión es como si un equipo de mitad de tabla de la segunda división del fútbol peruano invite a un triangular al FC Bayern München y al Barcelona FC e intente imponer su estilo de juego (si es que tiene uno) para “mejorar” el fútbol mundial. Ojalá me equivoque y se tomen buenas decisiones.

Lo más urgente que tenemos como país es preocuparnos de cuidar nuestros bosques tropicales y adaptarnos a los cambios climáticos y a sus consecuencias. Sobre esto último, ya se ha escrito bastante. No olvidemos que, si bien la deforestación contribuye con un importante volumen de las emisiones antrópicas de GEI, en contraposición a ello, los ecosistemas forestales intervienen en la lucha contra el cambio climático a través de la absorción de grandes cantidades de CO2 gracias a la fotosíntesis. Por esto y otras razones más, el Perú debe no solo ser un buen anfitrión y buscar que se firmen acuerdos vinculantes, sino también preocuparse por proteger nuestra diversidad biológica con todo lo que ello implica.

Mi intención en lo que viene es dar a conocer un problema silencioso que se desliza permanentemente al vaivén de las olas en todos los mares y océanos del planeta. Me refiero a la acidificación de las aguas marinas.

Aguas ácidas

En el mar está sucediendo algo que a simple vista no podemos detectar. Y es que, dado que el ser humano sigue emitiendo toneladas de GEI a la atmósfera, los mares absorben el CO2 en grandes cantidades. Así, las aguas marinas se van volviendo progresivamente más acidas. Se estima que los océanos absorben ¡20 millones! de toneladas al día y que cada vez se acelera la acidificación de estas aguas que albergan a un gran número de especies biológicas. Las más afectadas son especies como los corales, las ostras y todos aquellas que tienen un caparazón o concha; además de las que viven en las aguas polares, pues en el agua helada el ácido se disuelve mejor.

Según estudios del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU, desde la industrialización de la humanidad a la fecha, los océanos se han ido volviendo más ácidos. Esta acidificación estaría dándose de una manera más acelerada de lo que se pensaba y en contraposición con lo que se creía, pues los científicos asumían que los océanos “amortizarían” la absorción de dióxido de carbono evitando que el equilibrio químico de las aguas se vea alterado; pero no es así.

¿Y, cómo así?

Todos sabemos (o deberíamos saber) que el agua marina es alcalina con un valor promedio del pH de 8,2. Basta que esta cifra haya bajado a 8,1 para que las alarmas empiecen a sonar. Entretanto, si la cantidad de CO2, en comparación con los años de la revolución industrial, se duplica, tal como parecería que será a final de este siglo, el pH del agua marina podría descender a cerca de 7,9 (y si se triplica, podría bajar a 7,7). Vale la pena recordar que el valor neutral del pH es 7 (como el de la sangre y del agua pura) y que la escala va del 0 al 14, donde del 1 a 3 es bastante ácido y del 11 al 14 bastante alcalino.

Pero como la naturaleza siempre nos da sorpresas, existen bastantes algas que estarían reaccionando positivamente a esta situación. Así por ejemplo, la alga Emiliania huxleyi, de distribución global y de una abundancia tal que conforma casi la mitad de toda la masa de organismos conformados por calcita (cal) en los mares del planeta, ha demostrado —en el laboratorio— que frente a un medio más ácido del normal reacciona muy bien e incluso que produciría discos de calcita más grandes. Entonces, el dióxido de carbono no solo actuaría como “destructor” de formaciones calcáreas, sino también como fuente de energía. Algunos científicos afirman que la “sobredosis” de CO2 en los mares sería una ventaja para algunos organismos. Incluso, se ha reportado que desde la era industrial algunas algas marinas habrían aumentado su tamaño en casi el 40%.

Es necesario anotar que muchos organismos viven plácidamente en medios ácidos. En algunos lagos y en las profundidades de los mares (sobre todo polares) el agua es ácida como la que se espera para el futuro si la cosa sigue así. Lo que sucede es que a algunos organismos no adaptados a estos cambios tan rápidos (como los cambios climáticos que siempre ha habido en el planeta) los van a agarrar “con los pantalones abajo”. Felizmente, también algunos corales han demostrado (en el laboratorio)  poder soportar un medio más ácido (pH de 7,3). Pese a perder su protección calcárea y dejar sus partes blandas al descubierto, cuando las aguas regresaron a sus valores normales, los corales pudieron reconstruir sus “esqueletos”. Esto explicaría también el porqué estos seres han sobrevivido en la historia del planeta con todos los cambios que ha habido.

Otra vez la incertidumbre

Saber exactamente cómo reaccionará el mundo marino a la acidificación de los mares sigue siendo un misterio. Los organismos reaccionan de diversas maneras, incluso existen diferencias entre las distintas especies de un mismo género. Lo importante será que justamente esa gran diversidad biológica se imponga y que no se pierda. Algunas especies triunfarán, otras sucumbirán. No lo sabemos. Todo esto podría ser una cuestión de “energía”. En un medio ácido, los organismos vivos necesitan más energía para construir su esqueleto, lo que le podría dar ventaja a otros organismos que “salen a flote” con poca energía.

Parte de la incertidumbre se debe a que este “problemita” ha salido hace poco a la luz. Recién empezamos a entender qué es lo que estaría pasando. El mayor inconveniente que debemos enfrentar es que muchas de las certezas que tenemos provienen del laboratorio y no han sido probadas en la naturaleza bajo otras condiciones. No se ha hecho los estudios en el “mismísimo” mar. Esto aumenta la incertidumbre. Un aspecto interesante en todo esto es que en la era de los dinosaurios, cuando el planeta era testigo de un gran “efecto invernadero”, es decir, la atmósfera contenía enormes cantidades de CO2 (mucho más que ahora), los organismos calcáreos la pasaban muy bien. Existen evidencias geológicas de enormes formaciones de estos organismos que comprueban lo anterior.

Dicho todo esto y un poco al margen de lo que sucede con las algas marinas y con la acidificación de los mares, no sabemos mucho. Un informe de la ONU sostiene que el medio marino se adapta muy bien a los cambios y que no se sabe finalmente cómo reaccionará ante lo que tenemos y ante lo que se viene. Adicionalmente, no sabemos tampoco a ciencia cierta cómo reaccionarán los mamíferos y peces ante la acidificación de las aguas marinas. Lo único claro es que los océanos están cambiando y que se espera consecuencias negativas, pero no sabemos cuál será el costo. Ojalá no nos ahoguemos en este mar de incertidumbres.

 

eangulopratolongo@gmail.com

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