Este domingo 9 de noviembre, el diario La Republica sacó un especial de dos páginas contando sobre tres de los expositores que expondrán en el evento y anunciando el evento en sí.
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A unas semanas de realizarse la COP 20 en Lima, el 19 de noviembre se celebrará el Pecha Kucha Night Verde, festival donde 16 expositores contarán sus esfuerzos por hacer del mundo un lugar más habitable. Domingo habló con tres de ellos.
Texto: Renzo Gómez Vega
Fotografía: Gabriela Morales / Juan Pablo Ayala
La niebla lo invade todo. El auto avanza bordeando el precipicio, guiándose tan solo por el instinto hasta que verdísimas lomas nos acogen. Nos encontramos en la Asociación agroindustria Llanavilla (ASALL), frente al cementerio Nueva Esperanza, en Villa María del Triunfo.
Hace 20 años este lugar era un pampón reseco y sin vida. O sin agua, que es lo mismo. Hasta aquí vino Cristina Quispe (74) –sombrero de paja y bastón en mano–, junto a decenas de ayacuchanos que escaparon del terrorismo.
Al igual que Cristina, Candelaria Córdova (70) y Maura Vargas (53) se dedicaban al cultivo de cereales. Pero cuando quisieron replicarlo en esta zona, sus estómagos comenzaron a crujir. Las trochas no existían y, por lo tanto, las cisternas –ni siquiera las motos– subían. Debían caminar una hora y media para conseguir toda el agua que sus brazos pudieran sostener.
El negocio, claramente, no iba bien, y apenas les alcanzaba para sobrevivir. Sin embargo, hace cinco años, a través del movimiento ‘Peruanos Sin Agua’, sus preocupaciones desaparecieron. Al menos, durante cuatro meses.
El presidente de esta organización, Abel Cruz (52), un cusqueño que vivió sin agua en Ancón, instaló en sus parcelas unas estructuras de metal y bambú de cuatro por seis metros, cubiertas por una malla verde y doble. Son estas mallas las que atrapan la humedad y, mediante unas canaletas, la depositan en tanques y reservorios. Las gotitas se transforman en 200 a 360 litros de agua por día.
Si bien el agua no es apta para el consumo, son aprovechadas para su aseo y, sobre todo, para regar sus cultivos. “Al mes ahorramos 300 soles en promedio. Una cisterna te cobra 20 soles el metro cúbico, y a veces más por la distancia”, señala Cristina Quispe.
Con los llamados ‘atrapanieblas’, invento propagado en Chile y Guatemala, estos pobladores no necesitan comprar agua en los meses de bajas temperaturas (abril a julio). Hay ocasiones como esta, incluso, en pleno noviembre, en que todavía son capaces de proveerles ese líquido escaso por el que cada vez hay que pagar más.
“El agua no tiene químicos y por ser pura vitaminiza la tierra”, dice Maura Vargas, mientras pela un cesto de papas canchán. Son casi las once de la mañana y junto con su hija Marleni están preparando los platillos que ofrecerán en el pequeño restaurante que han montado en su casa.
Como sus comadres, cosecha papa, calabaza, arveja, lúcuma, fresa y sábila. Es la sábila, precisamente, la que más satisfacciones les ha traído. Reconocidas empresas dedicadas al procesamiento y comercialización de productos naturales son sus clientes más fieles.
Desde el 2005, año en que Abel Cruz empezó su lucha por el agua, se han implementado 120 ‘atrapanieblas’ en Lima (90 de ellos en Villa María del Triunfo; los demás en Pachacútec, Puente Piedra, Carabayllo, San Juan de Miraflores) y 60 en provincias (40 en Tacna y 20 en Moquegua). “Esta gente se está adaptando al cambio climático, y encima están creciendo poco a poco. Si hubiera más apoyo, ya no tendrían por qué pagar por agua contaminada”,
sostiene Cruz.
Calles sin humo
“¡Mierda! Joder, tío”, se queja Susana Agulló –lentes, cabello corto y rubio–, tapándose la nariz y la boca. Un motociclista se ha plantado, con su Kawasaki, delante de ella y ha expulsado una nube negra, que la hace toser un poco.
El tipo se disculpa bajando la cabeza y acelera.
Susana es española y vive hace cinco años en Lima. A diferencia de Barcelona, esa ciudad marcada por las ciclovías, nuestra capital la recibió, grosera, con combis asesinas, claxones y humo, mucho humo. Para su suerte, al poco tiempo descubrió a ‘Actibicimo’, un colectivo que se puso al hombro la ‘chamba’ de reivindicar a la bicicleta como medio de transporte.
“Nunca he dependido de un auto. A los 40 años un medidor de éxito sería tener uno. Pero yo prefiero mi libertad”, dice Alexis Echevarría –gorrita, pantalón y chaleco–. A su lado está Sarita Huamán –blusa, pantalón de vestir y saco gris– y Hugo Campodónico –pantalón de buzo y chompa–. Estamos en el Parque Kennedy, frente a la iglesia Virgen Milagrosa en Miraflores.
Es el punto donde se reúnen, desde hace cuatro años, el primer jueves de cada mes a las 8 de la noche para recorrer las calles en paseos que alcanzan los 17 kilómetros. La mayoría no son deportistas aunque algunos lo parecen. Más bien son personas que se movilizan a todos lados en ‘bici’. Sin metáforas. A todos lados. Al trabajo, al instituto, al supermercado, al banco, e incluso al bar.
“Me demoro 30 minutos clavados hasta mi oficina. En un taxi o en un bus sería imposible calcularlo. Domino mis tiempos”, se ufana, orgullosa, Sarita Huamán, que parte desde La Bolichera en Surco hasta Boloña con Panamá, en Miraflores.
Aunque sus ‘bicisalidas’ cada vez son más populares (han congregado hasta 1’700 personas, entre adultos, niños y ancianos), los cuatro sentían la necesidad de concretar un proyecto sólido para impulsar la vida en dos ruedas.
Así nació Bici.pe, portal que será lanzado en el Pecha Kucha Night Verde y donde se agruparán a todos los colectivos y movimientos ciclistas de Lima y provincias. “Recopilaremos información sobre rutas, zonas seguras, lugares dónde inflar la llanta o reparar la ‘bici’, y estacionamientos. Todo lo que se necesite para ir tranquilo”, comenta Hugo Campodónico.
Además de Bici.pe, que también planea ser un foro de discusión, ‘Actibicimo’ inició la campaña ‘Se acepta bici’, con la finalidad de que los lugares públicos y privados tuvieran estacionamientos seguros. La iniciativa fue aceptada por restaurantes, institutos y teatros. Miraflores fue el distrito que apoyó más la campaña. De hecho han instalado 60 estacionamientos en sus dominios.
Fiesta por la vida
Una madrugada, hace ya diez años, Alberto Lama (50) se levantó de la cama, se dirigió, casi como impulsado por una fuerza mayor, a su tablero de dibujo. Luego de unas cuantas horas había nacido Mondo, un ser celeste, con una inmensa esfera como cabeza; y Lirondo, un pequeño cangrejo.
Mondo rescató a Lirondo de una playa norteña donde hubo un derrame de petróleo. Mondo promete encontrarle un hogar, una playa agradable donde vivir, y es a partir de allí, de esa búsqueda, donde se desarrolla la historia.
Lama, que también es músico, tuvo a ambos personajes en su gaveta hasta hace cinco años que comenzaron a circular por medios institucionales. El próximo año una editorial mexicana publicará una colección de diez libros con sus aventuras.
Estos tres proyectos, junto a trece más, serán presentados, bajo un formato de 20×20 (20 segundos para exponer 20 diapositivas), este 19 de noviembre, en el Parque de la Exposición, en el Pecha Kucha –’conversación’ en japonés– Night Verde. Es el segundo evento de la franquicia japonesa este año y el único que la sociedad civil organizará, previo a la COP20, esa cumbre donde los países más poderosos –y contaminantes– no dan su brazo a torcer.
“El cambio climático es un problema humano. Pecha Kucha demuestra que el mismo hombre que hizo tanto daño puede cambiar”, concluye Natalia Queirolo, organizadora del evento. Imperdible.