Zona de riesgo
Cambio climático y pobreza en Lima

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En las afueras de Lima

Para llegar a José Carlos Mariátegui hay que ir hasta el extremo más alejado del distrito de San Juan de Lurigancho, el más grande y uno de los más pobres de Lima. Está más allá del último paradero de las líneas de bus, de la última estación del Metro, del último fragmento de pista asfaltada. José Carlos Mariátegui -a unos 90 minutos del centro de Lima en carro particular- es la “expansión de la expansión” de la ciudad. Las casas de los cientos de pobladores que viven en este asentamiento humano se ubican desde las faldas hasta las pendientes de los cerros, lugares en los que no hay luz eléctrica, agua ni desagüe. El cambio del clima reta diariamente a los pobladores a buscar maneras de adaptarse y convivir con nuevos desafíos. Una tarea que parece imposible en este rincón de la capital peruana prácticamente olvidado por las autoridades.

Una mirada en 3D a Jose Carlos Mariátegui

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EDDI

Cuando Eddi Alvarado y su hija mayor llegaron a Quebradas Verdes en el 2001, las hierbas que cubrían las tres hectáreas del terreno de ese sector en José Carlos Mariátegui medían más de un metro de altura. Su casa, una pequeña choza de madera, se ubicaba en lo alto de un cerro, hasta donde llegaba caminando entre piedras y tierra húmeda. Eddi y sus vecinos soñaban con transformar el lugar en un punto ecológico para San Juan de Lurigancho, pero hoy en lugar de verdes lomas costeras hay viviendas y escaleras grises.

Eddi salía del banco cuando unos ladrones lo atacaron y le arrebataron el dinero que tenía. Debido al robo no pudo pagar el alquiler de su departamento durante tres meses. Un amigo le ofreció una casa en lo alto de un cerro en San Juan de Lurigancho. Eddi, que vivía con su hija de 14 años, sintió que no tenía otra opción. Aceptó.

Al llegar a José Carlos Mariátegui, Eddi construyó una pequeña choza, armó trampas para cuidarse de los zorros y preparó andenes alrededor de su casa. Para él, la experiencia fue un ejercicio de supervivencia. Para su hija fue mucho más difícil. Solo soportó vivir seis meses en Quebradas Verdes. No pudo continuar cargando día a día el agua en baldes ni caminar entre piedras y lodo. “Le dije que no quería arrastrarla a mi pobreza y que si quería irse, iba a respetar su decisión. Cuando lo hizo, mi corazón se partió”, cuenta con la voz entrecortada.

Eddi se expresa de manera respetuosa, pero infunde autoridad al momento de hablar. No olvida su pasado como dirigente vecinal ni como cadete del Ejército. Dice que odia las injusticias y que decidió quedarse en Quebradas Verdes para ayudar a las familias que tenían que pagar cupos a los traficantes de terrenos. Cuando había decidido abandonar su sector para no vivir solo, llegaron más personas y construyeron casas que desplazaron a las hierbas y ocultaron las piedras. La expansión del barrio hizo que desapareciera hasta el último zorro.

“Le dije que no quería arrastrarla a mi pobreza y que si quería irse, iba a respetar su decisión. Cuando lo hizo, mi corazón se partió”

En Quebradas Verdes la densa neblina es una manta que humedece todos los rincones de las viviendas. En verano el calor es insoportable, pero el invierno nos recuerda a un ecosistema propio de lomas costeras. El sector está ubicado en una quebrada seca, es decir, un camino por donde el agua alguna vez pasó y que podría activarse si la lluvia es intensa en las zonas altas de los cerros con formación aluvial. De ser así, la tierra y las piedras se desprenderían y arrastrarían todo a su paso.

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En Lima hay cerca de dos millones de personas que viven en laderas de los cerros y que están expuestas a los deslizamientos, según el informe “Estrategia de Adaptación y Mitigación al Cambio Climático de la Provincia de Lima”, elaborado por la comuna limeña.

En determinados puntos de la capital, los pobladores también están amenazados por desbordes de los ríos e inundaciones de zonas costeras.

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Este año, el invierno ha sido duro y largo en Quebradas Verdes. Hace unos días, Eddi se ofreció como voluntario para reforzar los techos de las viviendas de algunos vecinos. Se tomó una mañana de trabajo para poder reforzarlos con cemento y piedras, y planea arreglar los cables de uso eléctrico que no tienen ninguna protección ante las lloviznas matutinas.

“Vivir en Quebradas Verdes es vivir en permanente zozobra”, dice mientras señala una pared rocosa sobre la que se apoya una casa de madera que perdió parte del suelo hace unas semanas y que se sostiene apenas con un palo hundido en la tierra

Vida Cotidiana
ROSALINA

Rosalina Quispe sube con temor y mucha atención las escaleras que la llevan hasta su humilde casa en uno de los cerros que se levantan en San Juan de Lurigancho. Pisa con firmeza mientras su mano derecha sostiene con fuerza una rústica baranda de madera. Hace unos años, después de una noche de lluvia, resbaló por las gradas llenas de barro y no pudo levantarse. Estaba embarazada. En estos últimos meses Rosalina notó cambios en el clima. Llueve en promedio cada tres días. Las precipitaciones suelen intensificarse por las noches.

Rosalina tenía 31 años cuando llegó al sector Rocas de Bellavista en el 2004. Su hogar, ubicado a una altura media en uno de los cerros del distrito, era una pequeña casita hecha con esteras, muy distinta a la casa de madera pintada de azul que tiene ahora. El techo bajo el que viven ella y su familia está hecho de calamina, un material que protege de la lluvia, pero que no es capaz de resistir un peso superior al de unas cuantas piedras de tamaño mediano. Al igual que decenas de vecinos, Rosalina, sus tres hijos y su esposo enfrentan diariamente riesgos como enfermedades y deslizamientos. “Nosotros nos preocupamos porque desde los cerros se pueden venir las piedras”, dice. La amenaza está, literalmente, encima de su cabeza.

A primera vista Rosalina parece callada y tímida, pero en realidad tiene una personalidad fuerte y tenaz. Mantiene siempre la mirada fija en los ojos de quien le habla. Mientras escucha aprieta sus manos, cruza los brazos y se muestra ansiosa por el paso del tiempo. Su día empieza a las 6 de la mañana, cuando la neblina aún cubre Rocas de Bellavista y las escaleras que rodean su casa están húmedas o con restos de barro. Prepara el desayuno para su familia y después de despedir a su esposo e hijos, acompaña a su pequeña Luz al colegio. Luego camina una hora hacia el mercado para comprar lo que necesita para cocinar y abastecer la pequeña bodega que tiene en la sala de su casa. Un par de horas después llega a su hogar y sigue trabajando. Hay que cocinar, limpiar, vender, organizar.

Hace cuatro años fue elegida dirigente de su comunidad. Desde entonces divide su tiempo coordinando reuniones y cuidando de su familia. Alguna vez ha intentado dejar el cargo, pero siente que no puede rechazar la confianza de sus vecinos. Después de malas experiencias con antiguos dirigentes, explica, los pobladores del sector sienten que ahora se hace un trabajo honesto. Bajo su gestión se ha conseguido reparar escaleras, instalar barandas y reforzar las bases de las casas. Todos los domingos convoca a reuniones para discutir las necesidades del barrio. Cuando el dinero no alcanza, organiza actividades para vender comida y destinar lo recaudado a mejorar las instalaciones de la zona.

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Según el Informe Mundial sobre Asentamientos Humanos de las Naciones Unidas, es común que los sectores más pobres de una ciudad se encuentren expuestos a peligros que el cambio climático se encarga de incrementar. Los estudios demuestran que las variaciones del clima afectarán en mayor medida a las personas que viven en lugares en los que las zonas urbanas crecen a gran velocidad, pero sin planificación. Los efectos del cambio climático van más allá del aumento del nivel del mar, los fenómenos naturales extremos o la destrucción de ecosistemas. Golpean también a la salud de los seres humanos y a su calidad de vida. Miles de familias podrían enfrentarse al difícil acceso de servicios básicos para su supervivencia, empujándolas a invertir en soluciones o alternativas deficientes. Los efectos del cambio climático tienden a reforzar las desigualdades existentes.

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Rosalina camina por un callejón rodeado de piedras puntiagudas y paredes de madera. Cruza una escalera y avanza hacia el borde de una vía improvisada. Un mal paso o un resbalón debido al cascajo, la tierra o el barro podrían ocasionar un grave accidente. Mientras se asoma para observar los techos de sus vecinos –improvisados depósitos de piedras, cajas y restos de mesas- una vecina tira el agua de un balde con dirección a una pirca, una suerte de paredón artesanal de más de un metro de altura formado con rocas montadas una sobre la otra y espacios rellenos con cemento para tapar los espacios vacíos. Los vecinos usan las pircas para que estas soporten el peso de sus casas, como si se tratara de un segundo suelo. Las pircas sirven, además, para emparejar el terreno, pero al no tener fierros o una estructura mejor elaborada, no ofrecen seguridad ante el remezón de los temblores o si el ambiente que las rodea es húmedo.

Hace dos inviernos, una pirca se desplomó y las piedras cayeron varios metros. Terminaron en el techo de otra vivienda. El suelo, húmedo por las lluvias y la neblina, cedió ante un pequeño temblor. Eran las tres de la tarde, pero por suerte la casa de Rocas de Bellavista estaba vacía.

Construir pircas no es sencillo. Para hacer solo una, los vecinos invierten entre 1.500 y 2.000 mil soles (de 445 dólares a 593 dólares) en contratar a un maestro de obras y comprar productos como cemento y arena. Esto sin incluir los 200 soles (60 dólares) que deben pagar para que los materiales lleguen al área de construcción. Un monto casi inaccesible para las familias que viven en uno de los lugares más pobres de Lima.

“Nosotros nos preocupamos porque desde los cerros se pueden venir las piedras”

Este año, Rosalina y otros dirigentes de la zona se preparan para enfrentar los efectos del fenómeno de El Niño. Las familias de bajos recursos no pueden solucionar el daño que producirán los climas extremos. Los vecinos no saben qué esperar, se han organizado para actuar ante lo peor. En Rocas de Bellavista notan que las lluvias son más fuertes y constantes que las de años atrás. El derrumbe de pircas, los huaicos y las enfermedades infecciosas son las principales preocupaciones.

“Nosotros nos reunimos para prepararnos, los vecinos tienen silbatos para avisar cuando cae la lluvia y debemos salir [de nuestras casas]. Los usamos para alertarnos”, cuenta al mirar las rocas que, amenazantes, reposan encima de ella.

Liliana Miranda
Directora de Foro Ciudades para la Vida
NANCY

Nancy Oré Romaní tiene 34 años y tres hijos. Hace una década llegó hasta este rincón de Lima buscando un mejor futuro para ella y su familia. Todos los lunes participa en reuniones comunales para planear las actividades que los vecinos de las diversas zonas de José Carlos Mariátegui llevan a cabo para mejorar sus barrios. Su constancia y dedicación ha dado sus primeros frutos. El Instituto de Desarrollo Urbano - Cenca le regaló una pequeña casa de drywall como reconocimiento a su compromiso en las labores vecinales. Mientras supervisa los últimos trabajos de su nuevo hogar, Nancy recuerda sus inicios en Prima 5.

“Para mí el barrio es bonito, pero tenemos muchas necesidades”, dice Nancy mientras avanza por el camino de tierra que conecta las zonas alta y baja del cerro en el que vive en Prima 5, uno de los sectores de José Carlos Mariátegui. En el trayecto recibe el saludo cariñoso de sus vecinos. Un saludo sincero que es también un agradecimiento por todo lo que ha hecho y hace para mejorar las condiciones de vida en el lugar.

Si bien no es dirigente vecinal, Nancy está convencida de la importancia del trabajo en equipo. Cuenta que en general los vecinos se apoyan en las labores comunales y que si se organiza alguna actividad, todos salen y se dan la mano. Hay reglas tácitas. Cuando una persona del barrio está enferma, todos deben colaborar con las medicinas. Lo que falta en dinero sobra en solidaridad.

Durante su primer año en Prima 5, Nancy construyó una casa con paredes de estera y techo de plástico. Con los temblores, su hogar se desarmaba. Y al llover, el agua se filtraba a la casa. Cuando esto último ocurría, Nancy debía tapar la cama con plástico para que su hija recién nacida no se mojara, y luego empezaba a botar el agua acumulada en el interior.

Luego de esta experiencia, Nancy decidió construir su casa con madera y nordex. Por mucho tiempo, la zona donde dormían sus hijos estuvo descubierta y el viento húmedo ingresaba durante las noches, exponiendo a los pequeños a enfermedades respiratorias como asma o neumonía. “Siempre les decía a mis hijos que algún día íbamos a cambiar”, dice mientras sonríe al ver cómo avanzan los trabajos en su nuevo hogar, y añade que ahora sus pequeños están felices porque ya no habrá goteras.

La ayuda ha llegado en el momento preciso, cuando las lluvias y el frío se hacen cada vez más fuertes. “Antes no había mucha lluvia y pocas veces se sentía frío, pero este año el frío sí ha sido intenso y corre mucho aire. Toda la semana ha habido lluvia”, explica.

"Según la OMS, cuánto más pobres son las personas, más amenazadas están por el cambio climático"

La lluvia, sin embargo, no representa solo una amenaza para la salud de los pobladores de José Carlos Mariátegui, cuyas viviendas usualmente no están preparadas para impedir el paso de las precipitaciones y el frío. La lluvia es también una amenaza para la seguridad porque debilita el suelo y las pircas.

“En verdad es peligroso vivir acá y estar encima de las pircas”, dice Nancy. Cuando llueve, el agua cae para el lado de estos muros improvisados y los debilita. El día que su vecina decidió hacer un muro para protegerse, Nancy la apoyó económicamente para tener más seguridad para ella y sus hijas.

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Según un estudio elaborado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuanto más pobres son las personas, más amenazadas están por el cambio climático. Este organismo ha calculado incluso que este problema global causará 250.000 muertes adicionales al año durante el período 2030-2050. Estos decesos ocurrirán por cambios de patrones de las enfermedades, fenómenos meteorológicos extremos, saneamiento, degradación de suelos y abastecimiento de agua y alimentos.

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Liliana Miranda, directora de Foro Ciudades para la Vida, explica que es necesario preparar a las personas para que sepan qué hacer ante una emergencia, pero además indica que es importante tener refugios y rutas de evacuación seguras. “Una de las cosas que hay que hacer aquí es educar a las familias para que tengan muy claro cómo protegerse a sí mismas, la primera cosa que tienen saber las personas es cómo responder bien y proteger su vida. No correr hacia la muerte, sino correr hacia la vida”.

Nancy cuenta que en su zona ya han recibido capacitaciones y recomendaciones para aminorar los riesgos. Les han enseñado cómo actuar ante desastres y de qué manera mejorar sus conexiones eléctricas. También les han pedido señalizar el sector y poner pasamanos en las escaleras.

Muchos de los vecinos ya han comenzado a aplicar los cambios que les pidieron. Otros no han podido implementar las mejoras debido a los problemas económicos.

Todas las voces

Las historias de vida se cuentan por cientos en José Carlos Mariátegui. Cada persona, cada familia que llegó hasta ese rincón de San Juan de Lurigancho, lo hizo con coraje y con la ilusión de salir adelante, de darle un mejor futuro a los suyos y de superar los retos que trae consigo la pobreza extrema. Hoy, sin embargo, la ilusión tiene al frente la amenaza de los cambios inesperados en el clima. Unos cambios que potencian lluvias, sequías, desastres y enfermedades, pero que generan solo un estado: temor. A continuación 11 testimonios que pertenecen a habitantes de José Carlos Mariátegui pero que expresan el sentir de todos aquellos que viven en zonas de riesgo.

  • Producción
  • Sociedad Peruana de Derecho Ambiental
  • Textos
  • Carmen Contreras
  • Joaquín Ortíz
  • Videos y Fotos
  • Otto Alegre
  • Diseño Web
  • Otto Alegre
  • Desarrollo web
  • Daniel Mariluz
  • Dirección – Unidad de Comunicaciones SPDA
  • Jimmy Carrillo
  • Agradecimientos especiales
  • CDKN, Foros Ciudades para la Vida, Cenca, Unidad de Planificación para el Desarrollo de la Universidad de Londres.
  • Este reportaje se desarrolló gracias al apoyo de Earth Journalism Network.
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