Por Jack Lo

Me da rabia cuando los choferes no dan el paso a los peatones. Cuando me doy cuenta -que pasa muy a menudo- asumo el papel del defensor de las calles, cierro a los carros y dejo pasar a la gente. Se me hincha el pecho lampiño creyéndome Jhonny Bravo y siento que las aves se me cuelgan como si fuera un monumento. Estas milésimas de segundo donde casi toco la gloria se interrumpen con un claxon de eme acompañado de un chino de eme. Ahora me río o los ignoro. Antes los mandaba cálidamente a volar, pero me di cuenta de que todos los días festejaba el Día de la Madre y recapacité. Decidí manejar bicicleta callado y no esparcir mala onda.


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El otro día iba por la avenida Arequipa y pensaba en lo relajante que es manejar bicicleta, en todo el trabajo que estamos haciendo en Conservamos por Naturaleza y que estaban buenos estos días sin tanto calor. Hasta que pata muy elegante en un BMW, en lugar de darme el paso, aceleró al verme y sentí su claxon como un golpe en la sien.

¿Oye, qué te pasa, hermanito?”, le dije con un poco de aderezo. Pensé: odio Lima, no quiero vivir acá, la gente nunca aprenderá. ¿Por qué tengo yo que soportar este caos?

Por si acaso chofer, en toda línea de cebra que no haya semáforo que dirija el tránsito, el peatón siempre tiene la preferencia.

Seguí en la bicicleta tratando de pensar en otra cosa, pero en el cruce de Arequipa con Angamos, varias personas  -choferes del corredor azul,  de taxistas, de camionetas del año- pretendían hacer que todos los autos desaparezcan con el sonido de su claxon. “Mientras más fuerte, más rápido se irán”, pensarían estas lumbreras citadinas que rechinan como si pudieran cambiar con su bulla la programación del semáforo. Me seguí cuestionando: ¿podremos tener una Lima más tranquila?

En bici todo pesa doble [TESTIMONIO]

Dos cuadras más allá, dos carros se detuvieron para dejar pasar a una señora con su bebé. Cuando yo intenté pasar, casi arrancan pero pude detenerlos con una sonrisa tímida mientras pensaba: no me debería alegrar cuando dan el paso, eso es un deber de todo ciudadano. Seguía con mis debates existenciales. Me acordé de dos tipos hace unos meses reventándose el claxon para luego insultarse a las seis de la mañana sin carros ni tráfico alrededor. “Eso es ser un imbécil”, pensé.

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La Organización Mundial de la Salud considera los 50 decibeles como el límite superior deseable de ruido. En Javier Prado, Alfonso Ugarte, Abancay o Larco se ha llegado a registrar que bordean los 80, 90 y hasta más de 100 decibeles en hora punta.

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El ruido del claxon continuó las ocho cuadras siguientes y durante todo el resto de la semana y seguirá por mucho tiempo más, quizás. No vamos a poder desaparecer todos los carros y hacer que todas las personas vayan en bicicleta, pero sí podemos siquiera dejar de tocar el claxon frenéticamente. ¿Te has puesto a pensar qué cambió cada vez que tocaste el claxon? ¿Qué hubiera pasado si no lo hubieras tocado?

Un favor: cuando compres un carrito para que tu hijo juegue, no le pidas que toque el claxon.

Cada vez que tocas el claxon estás provocando contaminación sonora, sordera, irritabilidad, alteración de la memoria y problemas de aprendizaje en los niños.

 

Ilustración: Otto Alegre

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