Escribe: Lenin Valencia
Programa de Ciudadanía y Asuntos Socioambientales
Sociedad Peruana de Derecho Ambiental
Lima es una de las ciudades más pobladas del mundo. En una urbe de tamaña magnitud, un sistema de transporte eficiente y sostenible puede hacer la diferencia a la hora de mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.
En esto hay consenso y al margen de las opiniones sobre la calidad de las reformas del transporte, emprendidas en los últimos 10 años, es evidente que Lima necesita desarrollar un sistema de transporte que beneficie a ese 91% de limeños que no usan un auto propio como medio de transporte. ¿Qué rol debe cumplir en ese objetivo el transporte no motorizado?
A pesar de las muy favorables condiciones geográficas y climáticas para el uso de medios como la bicicleta Lima -una ciudad casi plana y con clima templado 9 meses al año-, aún le da la espalda al transporte no motorizado. Sólo 1 de cada 100 limeños usa la bicicleta para movilizarse. Décadas de una visión de desarrollo urbano centradas en el auto han dejado su huella en el rostro de nuestra ciudad, con una pobre red de ciclovías y que invisibiliza a los ciudadanos que han optado por el transporte no motorizado.
Ahora que se vienen las elecciones municipales, presentamos un breve diagnóstico de lo que las próximas autoridades deberían tener en cuenta para los años de gestión que se les viene:
1. Ciclovías dispersas
Lima tiene una red dispersa de ciclovías que no invita a los ciclistas a moverse por la ciudad. Distritos como San Miguel, Magdalena, Breña, la Victoria, Surco tienen un pobre desarrollo de red de ciclovías.
Las autoridades deberían definir prioridades de conexión que permitan articular esta red de vías dispersas, conectándolas, por ejemplo, con los corredores viales de transporte público que se tiene previsto desarrollar.
2. Falta de cultura vial
Lima tiene una pobre cultura vial, que involucra y afecta a los ciclistas. Conductores que no se detienen cuando pasa un peatón o ciclista, vendedores que invaden las ciclovías, ciclistas que invaden las veredas, son algunas cosas que nos demuestran la falta de una buena actitud.
Las autoridades electas necesitan ir más allá de eventos de promoción puntuales, que no tienen una real incidencia sobre la cultura vial de conductores, ciclistas y peatones.
3. Poca motivación
Las distintas instancias de gobierno no dan incentivos para que las empresas brinden facilidades a los trabajadores que van a su centro de labores en bicicleta. ¿Qué beneficios pueden recibir las empresas que lleguen a metas de promoción de la bicicleta entre sus trabajadores?
Por eso, es necesario establecer pilotos de incentivo a empresas, que permita ir acumulando experiencia para un sistema de incentivos. ¿Por qué no empezar por casa y promover el uso de la bicicleta entre los trabajadores del sector público?
4. Escasa inversión
Las autoridades no priorizan recursos para el desarrollo de ciclovías. A pesar de los comprobados beneficios económicos, individuales y colectivos, el desarrollo de ciclovías sigue siendo visto como un “lujo” o una “moda”, cuando su impacto y potencial uso podría incidir de manera positiva sobre todo entre aquellos ciudadanos de menores recursos.
Lo ideal sería establecer metas de inversión en el desarrollo de infraestructura para transporte no motorizado. Informar a la ciudadanía del cumplimiento de estas metas.
Esta no es obviamente sólo una tarea de las autoridades. El sector privado y la ciudadanía tienen una gran responsabilidad para impulsar el desarrollo de un sistema de transporte no motorizado en el país.
Si hay productos financieros para comprar un auto ¿por qué no puede haber una oferta similar para adquirir bicicletas plegables? Estas podrían ser una solución complementaria e inclusive más eficiente que la de los alimentadores. Desde la sociedad civil se requiere una mayor articulación de los distintos colectivos de ciclistas urbanos.
Dice el refrán: bebe que no llora, no mama. A los ciclistas nos falta llorar más fuerte. Los cambios en países como Holanda se dieron en parte por las protestas masivas de sus ciudadanos.
Una ciudad con un sistema de transporte no motorizado le conviene a todos: a nuestra salud, a nuestros bolsillos, a la economía del país e inclusive a ese conductor motorizado que ama su auto y nunca lo dejará, pero que sufre con el caos infinito de los atolladeros.