Después de un viaje de dos horas y media, y una parada en la carretera para desayunar, llegamos al kilómetro 142 de la Panamericana Norte. Dos personas con uniformes de vigilancia nos recibieron en el ingreso de un botadero a la afueras de la ciudad de Huacho y nos dieron indicaciones de dónde estacionar. Las colinas de basura amontonadas en la entrada no nos permitían notar la real cantidad de residuos que invadían extensas hectáreas de terreno. Pero, pocos segundos después, ya estábamos rodeados de gallinazos negros y satisfechos por tanta comida.

Es difícil decidir qué es lo que se vuelve más molesto cuando vas a un botadero: si el olor putrefacto o el sonido de las cientos de moscas volando cerca al oído. Nos cubrimos con casacas hasta la cabeza y empezamos a recorrer el lugar, pisando vidrios rotos, cartón húmedo, ropa vieja y carne en descomposición. Bastaron algunos minutos para ver cómo camiones recolectores de las municipalidades llegaban para echar sus desperdicios. Lo que vimos y escuchamos a continuación me recordó a la abultada bolsa negra de plástico que contenía mis residuos de la semana, y que había dejado la noche anterior en la vereda de mi casa.

Quizás este fue su paradero final.

Foto: Natalia Queirolo/Cambia.pe
Video: Otto Alegre/Cambia.pe
Texto:Carmen Contreras/Cambia.pe

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